La historia sigue su ritmo imparable. Un número más acabamos de añadir a la contabilidad del tiempo. Anoche despedíamos entre alegría y nostalgia el año 2022, totalmente envejecido y caduco. Dimos la bienvenida al año nuevo 2023. Hemos comenzado ya a escribir la primera página. Nos brotan espontáneamente buenos deseos y augurios: deseamos paz, justicia, salud, felicidad… La Eucaristía de este domingo nos invita a dar tres pasos: 1) El deseo: ¡que Dios nos bendiga! 2) El misterio: ¡nacido de mujer!; 3) Presentación humilde en sociedad e imposición del nombre.
1. El deseo: ¡que Dios nos bendiga! (Libro de los Números)
Nuestra historia humana es compleja, impredecible, imprevisible. No podemos evitar el temor estadístico ante todo lo malo que nos puede acontecer: guerras, accidentes, catástrofes, enfermedades, conflictos políticos, familiares, comunitarios. Pero sí podemos -ante todo- confiar en nuestro Dios como confió en Él Moisés cuando bendijo al pueblo de Israel con estas palabras:
¡Qué bellísima bendición para comenzar el año 2023! Le pide a nuestro Dios para nosotros, nuestras familias, comunidades y amistades, para nuestros pueblos, para nuestro planeta y todos sus habitantes, cinco regalos: ¡bendición, protección, luz, favor, mirada y paz!
También nosotros podemos ser extensión de la bendición de Dios para los demás, como nos pedía san Pablo: “¡Bendecid, sí! ¡Bendecid, no maldigáis!” (Rom 12,14).
2. El misterio: ¡nacido de mujer! (Gálatas)
La mayor bendición de Dios a la humanidad nos llegó hace ya más de 20 siglos: el maravilloso día en que una joven doncella, María de Nazaret, prometida como esposa a José de la casa de David, dijo “fiat” (“hágase”) al mensajero divino. En ese momento se inició en su cuerpo -sin estrenar- un tipo de maternidad misteriosa, única, virginal, trascendente. Su cuerpo femenino fue penetrado y consagrado por el Espíritu de Dios y la potencia del Altísimo la cubrió con su sombra. Durante nueve meses el Abbá y el Espíritu realizaron en ella la más misteriosa encarnación del Hijo eterno de Dios.
En su carta a los Gálatas san Pablo nos describe este misterio y lo prolonga en nosotros. Sus palabras son concisas y emocionantes:
- Se cumplió el tiempo.
- Dios envió a su Hijo, nacido de mujer para que recibiéramos la filiación adoptiva.
- Porque somos hijos de Dios, envió a nuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama “¡Abbá!”
María fue adoptada como madre y nosotros como hijos. Por eso, gracias al Espíritu podemos decir: ¡Abbá! Gracias al Espíritu María podía decir a Jesús: “¡Hijo mío!”.
La bendición llegó a la humanidad por medio de la maternidad de María. Y lo que ella revela es no solamente que Jesús es el Hijo de Dios, sino que también nosotros lo somos por pura gracia y misericordia.
3. Presentación humilde en sociedad e imposición del nombre
El evangelio de este día nos narra con sencillez cómo el Niño fue presentado en sociedad por María y José. Lo presentaron a los pastores, que les transmitieron el sorprendente mensaje de los ángeles. La actitud de la madre, María, nada tenía de arrogante. Humilde, estremecida, “meditaba todo esto en su corazón”. José no asumía ningún protagonismo. Allí estaba, silencioso, pero siempre alerta y disponible para cualquier emergencia.
Al cumplirse los ocho días, María y José hacen que el Niño divino sea circuncidado para quedar marcado en su cuerpo por el signo de la Alianza. Además, le imponen el nombre inspirado por el ángel: el nombre abreviado de Josué, es decir, “Jesu”. María y José, al imponerle el nombre, lo reconocen oficialmente como su “hijo”; y desde el simbolismo, consideran que salvará al pueblo y lo llevará a la tierra prometida.
Conclusión
Al comenzar este año, acerquémonos simbólicamente a María para honrar su magnífica maternidad y proclamar que gracias a ella la humanidad está en manos de Dios. Y que la bendición de Dios se derrame sobre todos los seres humanos y sobre la madre tierra y todo lo que la habita.
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