El ADN es una metáfora poderosa que sugiere la búsqueda de la identidad fundamental o el “código genético” de una comunidad. En este contexto, “descifrar el ADN parroquial” implica descubrir los elementos esenciales que definen a una parroquia en términos de su propósito y función dentro de la Iglesia.
Los primeros cristianos se sintieron responsables de transmitir con fidelidad a las siguientes generaciones el misterio y la celebración de la Eucaristía. Nosotros… también hoy. Pero ¿no es verdad que a lo largo del proceso de la tradición se introducen elementos extraños que no proceden de los orígenes? La Eucaristía puede “desfigurarse” e incluso resultar “irreconocible”. Pensemos hoy -día del Corpus Christi- en ello, siguiendo las tres lecturas.
[Coro] Siete luceros brillan en mi alma, sabiduría y entendimiento nunca se apagan. Fortaleza consejo, ciencia, temor… y piedad que en el corazón se queda. [Estrofa 1] En la senda del saber, la sabiduría guía, como un faro en la noche, su luz nos envuelve. Entendimiento profundo, cual río que fluye, abre los ojos al mundo, su esencia nos muerde. [Estrofa 2] Ciencia que revela los secretos divinos, en cada hoja y estrella, su voz resplandece. Fortaleza valiente, en la lucha persistimos, con fe inquebrantable, el miedo se desvanece. [Estrofa 3] Consejo que susurra en momentos de duda, piedad que abraza con ternura infinita. Temor de Dios, reverente y profundo, dignifican el ser en esta vida bendita. [Repetición del Coro] Oh, Siete luceros brillan en mi alma, sabiduría y entendimiento nunca se apagan. Fortaleza consejo, ciencia, temor… y piedad que en el corazón se queda.
Nos resulta difícil armonizar la diversidad y la unidad. Nos encanta la biodiversidad en la naturaleza. No tanto, la humano-diversidad cuando ella nos resulta incomprensible, o nos enfrenta a unos con otros. Pentecostés nos habla del Espíritu de la diversidad y la unidad, de la que parece “reconciliación imposible”
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”, le dijo Jesús al buen ladrón. Ese es el sueño del ser humano: tener la oportunidad de disfrutar en algún paraíso. Porque fue en el paraíso donde nacimos… pero también desde donde fuimos expulsados.
Hoy celebramos la ascensión de Jesús al Paraíso y nos abrió sus puertas.
“Si alguno me ama, mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Por eso, la pregunta que hoy nos lanza la Escritura santa es: ¿Amamos de verdad a Jesús? ¡No respondamos apresuradamente! ¡Meditémoslo antes!
Formamos la Iglesia actualmente casi dos mil millones de seres humanos. Y nos preguntamos por nuestra identidad: ¿somos Iglesia en misión, o una empresa de servicios y asuntos religiosos? ¿Es un organismo vivo o simplemente una organización? ¿Es nueva Jerusalén o se parece más a la antigua Jerusalén con sus rivalidades, envidias y tensiones? La Iglesia que Jesús soñó tiene tres rasgos característicos: Iglesia misionera, Iglesia morada de Dios entre los hombres, la casa del amor fraterno.
Este cuarto domingo de Pascua nos regala una de las imágenes más conmovedoras y profundas del Evangelio: la del Buen Pastor. Jesús, el Buen Pastor, no solo nos guía con ética y rectitud, sino que su liderazgo genera una armonía que embellece y eleva la vida de quienes lo seguimos. Hoy, esta imagen resuena con fuerza, especialmente ante la elección de un nuevo Papa y el reflejo de su figura en toda la estructura pastoral de la Iglesia.
Al candidato de Jesús se le preguntará: ¿me amas más que todo esto? Cuando Jesús, el Viviente, no es amado y otros intereses aparecen, la comunidad cristiana se divide y dispersa, la misión resulta infructuosa, el miedo se apodera de todos. Cuando su presencia es reconocida y acogida, la comunidad se reúne y entra en comunión, la misión tiene éxito.