Cuando Alejandro Magno se dispuso a abandonar Grecia para emprender la conquista de Asia, entregó a sus amigos todos sus bienes personales, pero no los del Estado. Uno de ellos, Perdicca, le preguntó si había reservado algo para sí mismo. Alejandro le respondió: “Sí, la esperanza”. Entonces Perdicca renunció a su parte y le dijo: “Permítenos compartir contigo, que lucharemos a tu lado, esa esperanza”.
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