Me ha parecido un texto muy importante. Pertenecen al Abba Doroteo eremita, que nació en Palestina en torno al 505, después de ser curado de una enfermedad que sufrió durante varios años del Juan de Gaza, considerado profeta, ingresó en en un monasterio. Después fundó uno propio el 540, del cual fue el abad; murió hacia el 565. De sus escritos la Liturgia de las Horas nos ofrece en este día 2 de junio de 2020 este texto que me parece especialmente iluminador: sobre la paz de Espíritu
Desde las últimas semanas de la Cuaresma, pasando por todo el tiempo de Pascua, hasta hoy, estamos situados en un paisaje que nunca hubiéramos imaginado, ni deseado: confinados en nuestras casas, actividades interrumpidas, ciudades, carreteras, espacios aéreos y marítimos sin tráfico, templos desiertos. En contraposición, una actividad febril en los hospitales y en los servicios funerarios. No éramos capaces de detener el terrible tsunami de personas infectadas por la pandemia y heridas de enfermedad y muerte. Hoy estamos de luto. Pero también hoy, celebramos del día de Pentecostés. ¿No llega la fiesta en un momento intempestivo?
From the last weeks of Lent, through all the time of Easter, until today, we are located in a landscape that we would never have imagined, nor desired: confined to our homes, interrupted activities, cities, roads, air and sea spaces without traffic, deserted temples. In contrast, a feverish activity in hospitals and funeral services. We were not able to stop the terrible tsunami of people infected by the pandemic and wounds of disease and death. Today we are in mourning. But also today, we celebrate the day of Pentecost. Doesn’t the feast come at an untimely moment?
Jesús había orado por Simón Pedro: “yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32).. Su oración parecía no haber sido escuchada. Pedro lo negó en el atrio de la casa del Sumo Sacerdote; no lo siguió hasta la cruz, ni dio testimonio en su favor.. El Evangelio de hoy nos lo ubica no ya en Jerusalén, sino en Galilea… y además para volver a su anterior profesión de pescador: “Me voy a pescar”. Pero la oración de Jesús fue escuchada. Llegó la oportunidad. Nos lo cuenta el evangelio de la Eucaristía de hoy, viernes de la última semana de Pascua, 29 de mayo de 2020. ¡Una excelente lección, también para nosotros!
La unidad de los que creemos en Jesús está amenazada. Lo constatamos a todos los niveles de la vida eclesial. Hay entre nosotros personas en constante actitud cerrada, crítica, en oposición permanente. Si están en puestos de gobierno son excluyentes y amenazantes: la unidad consiste en pensar y actuar como ellos piensan, dicen y ordenan. Si no están en puestos de gobierno o liderazgo muestran una obstinada rebeldía y se auto-excluyen de la unión con quienes no son de su cuerda. Estas conductas las encontramos tanto a nivel de confesiones cristianas, como de iglesia universal, como de iglesia locales, como también en las comunidades parroquiales, comunidades religiosas e incluso comunidades familiares. El mensaje de la liturgia de hoy, jueves de la última semana de Pascua, 27 de mayo 2020, nos habla de la “unidad”: la unidad nos lleva a la conexión total, comenzando por los más empobrecidos y necesitados, como hizo Jesús; ahí se refleja la comunión de Dios Padre con su Hijo Jesús, el crucificado. Hay personas sin entrañas con las que no se puede contar para esta gran convocatoria de la unidad.. ¿Se referiría a ellas Jesús en su Plegaria de la última Cena, cuando dijo: “Padre, no ruego por el mundo”? !
En las comunidades cristianas experimentamos muchos más conflictos de los que desearíamos. Los enfrentamientos entre nosotros (ideológicos, prácticos) reproducen las tensiones políticas, que constatamos en la sociedad. Cuando así vivimos, no somos “alternativa profética”, sino fotocopia. Es penoso constatar que van pasando los años y esta situación persiste y se regenera. No podemos decir entonces que la comunidad es “rampa de lanzamiento hacia la misión”. Más bien, desconectados de la comunidad, nos lanzamos a nuestra actividad, a nuestro trabajo que, eufemísticamente, llamamos “misión”. Pero ¿podrá el mundo creer si no ve que nos amamos? Por eso, la Liturgia de este miércoles de la última semana de Pascua, 27 de mayo de 2020, nos presenta la apasionada súplica de Jesús al Padre para que seamos uno como Ellos son uno.
Estamos en la última semana de Pascua: el martes antes de Pentecostés, 26 de mayo de 2020. Hoy la liturgia nos lleva otra vez al último encuentro de Jesús con los suyos en el Cenáculo. Está concluyendo la Cena de despedida. Jesús no concluye con unas últimas recomendaciones, ni siquiera con un breve mensaje final. Entra en un estado mágico: eleva sus ojos al cielo y conecta con su Padre e inicia una impresionante oración, con tal intimidad, que Jesús manifiesta lo más bello de su alma.
La expresión “consejos evangélicos” no debe quedar reducida a la tríada tradicional de castidad, pobreza y obediencia. No son éstos los únicos consejos que nos ofrece el Evangelio. Cada día del año, la Liturgia eucarística de la Palabra nos ofrece diferentes “consejos”… Pero más importante que los “consejos”, es Aquel que nos aconseja, el gran Consejero, Jesús. Sus consejos son “buena noticia”, “Evangelio”: no solo por su contenido “intelectual”, sino también por su contenido “energético”. Quien escucha con fe los “consejos de Jesús” recibe una “energía especial” para hacerlos realidad. ¡Qué bien lo expresó el salmista!: “Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón” (Salmo 16,7-9). En este lunes de la última semana de Pascua, 25 de mayo de 2020, Jesús nos aconseja contemplar el día de “hoy” desde la perspectiva del mañana.
No es fácil explicar a nuestros contemporáneos, y a nosotros mismos, el sentido de esta celebración de la Ascensión del Señor que concluye el tiempo de Pascua. ¿Jesús pasó corporalmente de este mundo al otro, al del cielo? Y ¿si por cielo entendemos lo que ordinariamente entendemos: “sistema solar”, “galaxias”? Lo que en el primer siglo no resultaba extraño en la mentalidad hebrea, sí nos resulta extraño a nosotros, con mentalidad científica y nada mitológica. Y, sobre todo, ¿qué dice este evento a nuestra vida? Debo confesar que a veces me han faltado claves para entender y disfrutar esta fiesta de la Ascensión del Señor. La forma de presentarla, de entenderla, me ha dejado insatisfecho. En el inconsciente, esta fiesta era para mí como un funeral -pero de un Cuerpo vivo-. Y esa impresión es la que se extiende en tantos y tantos funerales a los que he asistido y celebrado. ¿Porqué? Me doy cuenta de que se trata de una forma inadecuada de entender la relación entre “cielo” y “tierra”. Porque prevalece en muchos de nosotros la convicción de que son dos realidades absolutamente “separadas”, “distanciadas”, “desconectadas”. Esa es la herencia cultural que hemos recibido de la Filosofía griega, que tanta influencia ha tenido a la hora de explicar nuestra fe. Pero, ¡todo es distinto cuando entramos en la mentalidad bíblica, que era la que respiraban los evangelistas que nos narran la Ascensión de Jesús al cielo! Contemplar esta fiesta desde esa mentalidad y perspectiva es la contraseña que nos hace explicarnos…. muchas cosas, responder a nuestras preguntas y sentir cómo esta celebración afecta a nuestra vida. ¡Es la fiesta del Halleluja!
¿Dónde vivió María, después de la muerte de Jesús? ¿Cómo transcurrieron sus últimos años? Todo ello forma parte de los misterios de la historia humana. No se tienen noticias de su muerte o despedida. El evangelista Lucas la sitúa en medio de la comunidad cristiana, en el corazón de la naciente Iglesia. Allí está ella, con identidad propia, entre los apóstoles, discípulas y discípulos. El Espíritu desciende con ímpetu, como ventolera, como lenguas de fuego. El Espíritu y la Madre están también en el génesis de la Iglesia. A partir de ese momento, María desaparece, o se diluyen o tal vez se vuelve totalmente transparente a la Iglesia. Por eso el autor de los Hechos de los Apóstoles decía que la Iglesia tenía “un solo corazón, una sola alma, todo en común”. María se hizo Iglesia… y para siempre. Ella es la Iglesia en Utopía, la Iglesia que -en toda su perfección todavía no ha tenido lugar-, la Iglesia que está por venir. No estaría mal, por lo tanto, en este tiempo de Adviento de un nuevo Pentecostés meditar los Misterios de Utopía. María es la “Puerta que dio paso a nuestra Luz”.