CEGUERA Y CON-TEMPLA-CIÓN

En todos nosotros reside un profundo deseo de “ver a Dios”. ¡No lo hemos visto, y le amamos! Somos “los creyentes”. Muchos otros, al no verlo ni poderlo demostrar, creen que Dios no existe: son los “ateos”. Otros reconocen con honestidad intelectual que no pueden afirmar ni la existencia, ni la no existencia de Dios: son los “agnósticos”. Finalmente, están aquellos a quienes no les interesa el asunto: “son los “indiferentes”. Este es el panorama de la fe en nuestra sociedad: fe, increencia, agnosticismo o indiferencia. En este contexto cualquiera de nosotros podría dirigirle a Jesús la inteligente y emotiva pregunta que Felipe le dirigió a Jesús en la última Cena: “¡Muéstranos al Padre y esto nos basta!”. Ésta es la cuestión que nos plantea el Evangelio (Jn 14,7-14) de este sábado, 9 de mayo de 2020. Ese es también el deseo de quienes nos sentimos creyentes: ¡Muestra, Señor, a la humanidad de hoy, el rostro de Dios!

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¡DESPEDIDAS! ¡ahora y en la hora de nuestra muerte!

¡Qué inquietud invadía nuestro corazón cuando alguien de nuestra familia o algún amigo o amiga o alguien conocido -atacados por el terrible virus- es llevado en ambulancia al hospital! Por nuestra cabeza pasa el pensamiento de que, tal vez, nuestro discreto y aparentemente esperanzado adiós, sea el “último”. Desgraciadamente así ha sido… en miles y miles de casos… Así seguirá siendo. Los profesionales de la medicina son para ellas y ellos su última esperanza, su última compañía. Y allá donde son acogidos, pasan las hora de expectativa en el ahogo, en la incertidumbre del siguiente resultado, acosados tal vez por horribles sueños e íncubos… para, al final, morir solos… sin la última despedida. Y después… las escenas de las morgues, de los ataúdes múltiples y aparentemente anónimos, encerrando “tesoros” de seres humanos… Quizá el evangelio de la liturgia (Jn 14,1-6) de este viernes, 8 de mayo de 2020, pueda hacernos ver que sí, que hubo Alguien -un ángel de consuelo- a su lado en ese trance último -Getsemaní de soledad-..

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… EN “LA SUCESIÓN MISIONERA” – “CARPE DIEM”

No hay misión sin desplazamiento. Una persona enviada está siempre disponible. Intenta descubrir la voluntad de quien depende. No permanece obstinadamente en su zona de confort. Está atenta a quien en cualquier momento puede necesitarla. No hay misión cristiana sin testimonio. La persona enviada es mediadora, no protagonista. Ella es referencial, no auto-referencial. No es exhibicionista, sino “sacramento”, símbolo viviente y humano del Invisible. Es mensajero y no el mensaje. Y el mensaje es siempre “dador de sentido”: ofrece las grandes claves para entender la historia y nuestras pequeñas historias que la entretejen. ¿Dónde encontramos el sentido del coronavirus, en el post-coronavirus? ¿en la misión del mañana, de aquí a unos meses? O ¿en el “hoy”? ¡No estamos de vacaciones! Carpe diem! Éste es el día. Este es -a mi modo de ver- el hilo conductor de la Liturgia de la Palabra de este jueves 7 de mayo de 2020 (Hech 13,13-25 – Jn 13,16-20).

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LA TRANSPARENCIA DE LA MISIÓN

Hoy, 6 de mayo de 2020, he quedado “tocado” por una extraña coincidencia entre las dos lecturas de la Eucaristía: la primera de Hech 12,24-13,5) y la segunda de Jn 12,44-50. Enseguida me ha venido a la mente el título de esta reflexión: “la transparencia de la Misión”, pues me parece que es ese el mensaje de ambas lecturas. No pocas veces, lo que es una misión colectiva es atribuido a una sola persona que acapara todo el protagonismo. No pocas veces, lo que es una “obra de Dios” es atribuido a un ser humano como propio o a una colectividad. Cuando “la misión” no transparenta a su auténtico protagonista, se convierte en “idolatría”. El ídolo nunca es transparente y trata de atribuirse toda la gloria. Sin humildad la Misión se vuelve idolátrica. En lugar del “¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu”, la glorificación se vierte en los narcisismos grupales (iglesias, partidos políticos, empresas…), o individuales. Sin embargo, qué razón tiene el salmo que dice: “Sólo Él lo hizo y no hubo dioses extraños con Él” (Deut 32, 12).

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“SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO”: ¡BIENAVENTURADO QUIEN NO SE ESCANDALICE DE MÍ!

Estamos privando a nuestra fe en Jesucristo de altura, anchura y profundidad. La hemos vuelto tan razonable -para nosotros y para los demás- que el creer en Él no resultaría difícil para quien tiene un pensamiento políticamente de izquierdas, para quien defiende las inteligencias múltiples, o para quienes están abiertos a una “nueva conciencia”. La fe en Jesús no requeriría “dar un salto en el vacío”, ningún tipo especial de estremecimiento y desgarro, no sería necesario que rompiera todos nuestros esquemas. En estas condiciones llegamos a la fe en un Jesús “razonable”, beneficioso para la humanidad, ejemplo de lo que todos debemos ser. Pero ¿qué ocurre cuando Jesús nos revela su ser más íntimo, su divinidad? ¿Cómo pasar junto a un abismo sin tambalearse? ¿Cómo permanecer muy cerca del fuego sin quemarse? ¿Como llegar al “toda sciencia trascendiendo” sin que nuestra razón proteste y se niegue a traspasar sus barreras? La identidad de Jesús no se agotaba en su bondad de corazón, en su compromiso con la justicia, en su misericordia activa hacia los enfermos y necesitados, en su opción por los pobres, en su propuesta de un Reino de Dios anti-sistema. La identidad de Jesús excede todo aquello que un ser humano puede comprender. El evangelio de hoy, 5 de mayo de 2020, nos confronta con esa misma cuestión. Se la formularon así los judíos en el pórtico de Salomón: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en dudas? Si tú eres el Mesías, dínoslo de una vez”. La respuesta de Jesús los escandalizó y les llevó a tramar su muerte.

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LA ÚNICA PUERTA – EL BUEN PASTOR

Pedro Manuel Sarmiento, cmf

En Israel, en tiempos de Jesús un aprisco eran cuatro paredes de piedra sin techo y una puerta. El pastor legítimo y las ovejas entraban y salían por esa puerta; los ladrones y bandidos asaltaban los rebaños por las paredes. Jesús se identifica con el buen pastor y con la puerta del aprisco. El pastor legítimo da tranquilidad y seguridad a las ovejas: ellas conocen su voz, lo siguen. Él las llama por su nombre. Ante el falso pastor, las ovejas tiemblan, huyen. No reconocen su voz. A estos se refiere también Jesús con una tremenda crítica: son gente mala que ha convertido la casa de su Padre en “cueva de bandidos”. No han entrado en el aprisco por la puerta legítima, sino escalando las paredes de la ilegitimidad; apoyándose en otros, pero no en Jesús… trepando. Estos -aparentemente legítimos- pastores decidieron acabar con la vida del Buen Pastor y lo consiguieron. Hoy 4 de mayo de 2020 la liturgia continúa hablándonos -como ayer- del Buen Pastor. ¿Qué nos querrá transmitir el Espíritu a través de esta Palabra y de esta imagen?

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LA SANTA RUAH ¡BENDITO CONTAGIO!

Nos encontramos ahora en el tiempo del des-contacto, para no contaminarnos (3 de mayo 2020). Imperceptibles partículas nos amenazan donde menos nos esperamos. E intentan socavar y destruir nuestro sistema vital. Pero no debemos olvidar que hay otro tipo de bendito contagio que nos amenaza -mucho más de lo que nos imaginamos-: es el bendito contagio espíritual, que nos ataca y nos pide que nos quitemos todas las mascarillas con las que nos defendemos de Él. Es el Espíritu que alienta en la belleza, en el arte, en la técnica, en las relaciones de amor, de solidaridad, en las personas que nos ayudan desinteresadamente… Y… ¿no aparece el Espíritu en la maternidad humana… “Ahí tienes a tu madre… Y exhaló el Espíritu” . Todas ellas, hoy que celebramos el día de la Madre, ¿no son una maravillosa imagen del Espíritu de la hospitalidad de la vida, del cuidado de la vida, del amor incondicional?

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DESDE LA APOSTASÍA HACIA UNA IGLESIA DE ENSUEÑO

Quizá la pregunta más inteligente que debemos hacernos en este momento no es “¿qué pasará después del coronavirus?”, sino más bien ¿qué está pasando? Por una parte vemos “parlamentos en auténtica guerra”, “medios de comunicación en guerra”. Las mejores cualidades de inteligencia, de oratoria, de investigación, se utilizan para “machacar” al adversario, para recordarle todas las cosas que ha hecho mal. Lo peor es que esta guerra llega también a las comunidades eclesiales, a las familias, a las comunidades religiosas. Aparentemente somos una “sana democracia”, pero en nuestro corazones hay mucho odio, desprecio del diferente. Las escenas del parlamento se reproducen también en una iglesia dividida por las tendencias y los odios. Y todo esto viene a cuento de las lecturas de la liturgia eucarística de este día, sábado, 2 de mayo de 2020: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacer caso?” Jesús sabía que sus discípulos lo criticaban… desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. Hoy muchos, aparentemente, se quedan, pero cada vez están más lejos… es el “ateísmo interior”, una imperceptible apostasía.

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¡CADA MISA DETECTA LA PRESENCIA DE JESÚS!

Vivimos en un mundo sin horizonte. Muchas personas que soñaron un mundo distinto, se despiden de éste sin que nada haya cambiado. No ven la tierra prometida y añorada… ni siquiera de lejos. Por eso, hay mucha resignación, realismo. Los cambios se dan… pero siempre son insuficientes. Las utopías de juventud se diluyen. Con todo, necesitamos personas como el gran heterodoxo Ernst Bloch que en su ancianidad decía: “toda cosa tiene su estrella utópica en la sangre… Sólo en nosotros brilla todavía su luz”. Es misión nuestra descubrir esa estrella que brilla en cada cosa, ser la conciencia utópica del mundo. La realidad no es la que es, sino la que debe todavía ser. La Eucaristía es un rito anticipatorio. ¡Felices quienes descubren su estrella! La liturgia de este viernes, 1 de mayo de 2020, nos invita a ello.

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¡LA FE ES UN REGALO, NO UN MÉRITO!

Desde pequeños nos han enseñado que Jesús es el Hijo de Dios y nos han ido contando las historias de sus milagros, los relatos de sus parábolas y enseñanzas, el portento de su Navidad, el drama de su Pasión en cruz, y la maravilla de su Resurrección. Por eso, no nos resulta difícil creerlo. Pero ¿qué ocurre cuando nuestra razón reivindica sus derechos? ¿Cuando hace atravesar por el tamiz de su crítica todas y cada una de nuestras creencias?. ¡También las referentes a la fe cristiana! Estamos en el siglo XXI, en el tiempo de una nueva conciencia, de los nuevos paradigmas. ¿Es posible hoy creer en lo que la doctrina de la fe cristiana nos ha venido proponiendo? Para no ser tan radicales, optamos por hacernos creíbles en esta sociedad no por nuestra fe, sino por nuestro compromiso con la justicia, con los pobres, y ahora con el cuidado del planeta. Dejamos aparcadas las creencias y nos dedicamos a hacer el bien… ¡como tantos otros! Por eso, muchos ministros de la iglesia no enfatizan tanto en la fe, sí en la praxis. Así nuestro magisterio no se enfrenta con el escándalo de la fe. Es fácil estar de acuerdo con él. Pero ¿renunciamos a nuestra fe y a su escándalo? He aquí el dilema que nos plantea el texto evangélico (Jn 6,35-40) que hoy -29 de abril de 2020- nos propone la liturgia. Nos lanza preguntas inquietantes: ¿es razonable creer lo que el Jesús del Cuarto Evangelio nos dice de sí mismo? ¿que viene del cielo, que es el Hijo de Dios, que quien no cree en él se pierde, pero el que cree tendrá vida eterna?

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