Una iglesia ávida de dinero y desconfiada de la Providencia poco se asemeja a Jesús. Lo mismo nos sucede a cada uno de los cristianos. La avaricia es un ídolo que se oculta en lo más profundo de nuestro ser y puede volverse más activa con el tiempo. De estos nos habla la liturgia de este domingo. Dividiré mi homilía en tres partes:
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