¡PASMO ANTE EL MISTERIO EUCARÍSTICO! EL “CORPUS CHRISTI”

Lo más importante en este día del “Corpus Christi” no son los esplendores ceremoniosos: vestiduras, custodias, procesiones, cantos, inciensos, autoridades, rituales… Lo más importante en este día es el Cuerpo y la Sangre que buscan conmovernos, hacernos entrar en un pasmo de amor. A quien esto experimente, le sobrará todo lo demás.

Jesús no fue un frío maestro, que desde fuera nos quiso enseñar su doctrina. Jesús se acerca a nosotros. Nos habla. Nos lava los pies. Nos toca para curarnos. Nos entrega su mismo Cuerpo y Sangre. La frialdad ante Jesús, es frialdad a la enésima potencia. Cualquier gesto acostumbrado ante Jesús es ofensivo. Ya lo dijo Él: es como echar las perlas a los cerdos.

¡No solo de pan! o el arte de vivir

El autor del Deuteronomio no tiene la menor dificultad en atribuir a Dios todos los sufrimientos que padecieron los Israelitas durante su camino de 40 años por el desierto. Dios era el causante del hambre, de la sed, de las amenazas a la vida.

Pero ¿con qué objetivo? “Para que aprenda que no solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. Dios Padre quiere enseñar a sus hijos el arte de vivir, cómo vivir en Alianza, cómo dignificar la vida. Vivir en diálogo con Dios es la forma más sublime de vida humana. Por eso, dice el libro de los Proverbios 3,11-12:

“No desdeñes, hijo mío, la instrucción de Yahweh, no te dé fastidio su reprensión, porque Yahweh reprende a aquel que ama, como un padre al hijo querido”.

Pero, el Padre Dios no deja a su pueblo morirse de hambre y de sed. Por eso, hace surgir agua en la roca y les da pan del cielo o maná. Todo es gracia de Dios: la palabra, el agua, el pan.

Esta lectura nos hace evocar a Jesús. El fue llevado también por el Espíritu de Dios al desierto, para ser probado como “hijo querido”. Jesús fue un auténtico hijo y escuchó la voz de Dios y no quiso procurarse el pan por su propia cuenta. Vivió pendiente de la Palabra de Dios

Nuestro hermano mayor, Jesús, nos dio una excelente lección, que podría resumirse en:

¡No veas en el sufrimiento y en las dificultades un castigo, sino una pedagogía necesaria que el Abbá y el Espíritu utilizan contigo!

¡No quieras solucionarte en este tiempo tus problemas! ¡Deja que venga del cielo el agua, el pan y la palabra! ¡Espera a que Dios se pronuncie!

Después de una corta tribulación, uno aprende a vivir de otra manera…

¡Increíble Comunión!

Pensar que es posible entrar en comunión con Cristo, con Jesús resucitado y glorificado, puede parecer ciencia-ficción. Algunas personas se lo creen tan de pié juntillas, que ni se extrañan, ni se estremecen.

Pero Pablo tuvo que interpelar a los Corintios. Supongo que en sus palabras y en su rostro se desvelaba su amor apasionado al Señor, su experiencia continuada de la Presencia.

“Comunión con la sangre de Cristo”: esa sangre que se le derramó -¡hasta la última gota!- en el Calvario, era “sangre derramada por nosotros”. Aquella sangre no se quedó en el Calvario, ni en la tierra del monte Gólgota. Aquella sangre resucita misteriosa y se hace bebida para el Camino. Beber el cáliz es entrar en comunión con el Jesús que se da totalmente, sin reservas… hasta la última gota.

“Comunión con el Cuerpo de Cristo”: el cuerpo de nuestro Señor fue siempre lugar de encuentro, fuente de energía que todo lo curaba, misterioso punto de partida de todas sus palabras. El cuerpo de Jesús -desde el talón de los pies hasta la coronilla de la cabeza- era un Cuerpo que conservaba las memorias más sublimes del ser humano y las memorias más sublimes de Dios. No hay ni puede haber “tesoro” como ese Cuerpo. Parece increíble que podamos entrar en comunión con ese Cuerpo, ya en su plenitud, en toda su luminosidad y expresividad…. invadido de vida eterna. Ese cuerpo se nos da en el pan eucarístico.

¿Puede haber momento más feliz, más extático, que el momento de la comunión? ¡No busquemos enseguida consecuencias morales o moralizantes! Dejemos por una vez, el “qué tenemos que hacer”, y disfrutemos de esta admirable Comunión.

Identificación eucarística con el ¡Hijo de hombre…!

Cuando Jesús se define como “hijo del hombre” nos está dando una clave para entender sus palabras. Jesús sabía que el título apocalíptico “hijo del hombre” le pertenecía. En ese título se hablaba de un Mesías del todo especial. ¡No una Mesías davídico solo  para Israel, sino un Mesías mundial, para todas las naciones! ¡No un Mesías capaz de abatir a todos los imperios de injusticia con el poderío de sus ejércitos o su espada, sino un Mesías “humano”, muy humano, no violento, humilde! Jesús, en lugar de decir, “yo”, o “mi”, hablaba del “hijo del hombre”.

Bastaría recordar todas las expresiones evangélicas en que Jesús se denomina así, para descubrir la imagen de un Mesías servidor, pobre, entregado, enamorado de la humanidad y en especial de los más pobres, víctima de la violencia y contradicho por las autoridades civiles y religiosas.

Por eso, seguir al Hijo del hombre no era fácil. Daba miedo. No conducía a escalar altos puestos, sino a situarse en “los últimos”. Por eso, cuando Jesús invita a comer la carne del Hijo del hombre y a beber su sangre, si queremos recibir su influjo mesiánico y tener vida, recibe excusas e incluso hay gente que se escandaliza. Comer la carne del Hijo del hombre no es -y perdóneseme la expresión “tragar”-, se trata de un proceso lento de asimilación. Beber la sangre no quiere decir, tomarla de un trago, sino ir bebiéndosela gota a gota, hasta apurar el cáliz, para identificarse con la oblación y entrega del Hijo del hombre.

Jesús sabe que todo su ser tiene vocación de Cuerpo y de Cuerpo que incorpora. Cualquiera de nosotros puede incorporarse a Jesús, si cree en Él y lo desea. Sólo haciéndonos con-corpóreos y con-sanguíneos, tendremos vida en nosotros, vida abundante. ¿Nos damos cuenta de la grandeza de la Comunión?

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