SIN CORRECCIÓN FRATERNA… ¿CÓMPLICES DEL MAL?

Sin pretenderlo, podemos ser cómplices del mal : cómplices de los abusos, de la corrupción. La justicia humana castiga con severidad la corrupción de quienes hacen el mal, pero también de aquellos o aquellas que son cómplices, de aquellos y aquellas que no lo lamentan y que no denuncian el mal que conocen y de esta manera aprueban el mal que campa a sus anchas. 

Conocemos casos en los cuales la justicia humana persigue y condena a obispos encubridores de quienes han abusado sexualmente de menores de edad, o de mujeres… También puede ocurrirnos que conozcamos casos de corrupción en nuestras congregaciones o comunidades,o en nuestras mismas familias y no lo haymos denunciado. En ese caso, también nosotros nos convertimos en encubridores de abusos sexuales, de abusos de poder o de corrupción económica… ¡en cómplices del mal! 

Los medios de comunicación, las redes de internet son hoy especialmente sensibles ante estas situaciones y las denuncian. En la Iglesia y en la vida religiosa existe todavía una cultura del ocultamiento, pero ¡qué vergüenza y desprestigio recae sobre nosotros cuando ese mal es descubierto y condenado por la sociedad! 

La reacción del profeta Ezequiel ante hechos semejantes de corrupción -en la primera lectura de este día 12 de agosto de 2020- es terrible, apocalíptica (Ez 9,1-7; 10,18-22).

  1. Él nos relata en la primera lectura cómo ante la corrupción de la ciudad de Jerusalén y en especial del templo, Dios reacciona:
  2. en primer lugar, Dios retira su Gloria (su presencia) del templo,
  3. en segundo lugar ordena que 6 hombres con armas de destrucción se preparen para condenar a muerte a todos los culpables y cómplices del mal en la ciudad, comenzando por quienes están en el templo de Jerusalén.
  4. Ezequiel también nos habla de un escriba, vestido de lino, a quien Dios confía que vaya marcando en la frente a todos los habitantes de Jerusalén que no habían colaborado con el mal, con la idolatría. Éstos y éstas serían preservados del castigo. 

¡Es terrible una situación así! Aunque no seamos actores del mal, podemos ser cómplices de él con nuestro silencio, con nuestra pasividad. Y también en ese caso mereceremos el castigo.

El Evangelio de hoy (Mt 18,15-20) nos habla de lo mismo, pero reduciendo el escenario a la comunidad cristiana. El evangelio nos indica qué camino seguir cuando descubrimos el mal en un hermano o hermana.

  1. Ante todo, nos propone una reunión secreta, “a solas” en la cual denunciemos el mal pero de forma amorosa, fraterna.
  2. Si el otro o la otra no reconoce el mal o no está dispuesto a evitarlo entonces se nos pide intentarlo de nuevo, pero ya en presencia de unos pocos testigos.
  3. Pero, si ni siquiera en esta situación reconoce su mal y no está dispuesto a evitarlo, entonces ha de actuar toda la comunidad cristiana, hasta el extremo último: ¡no reconocer a esa persona como miembro de la comunidad!

Estamos en un momento crítico. La Palabra de Dios nos invita a no ser tolerantes con el mal, con la corrupción. Desde el liderazgo de la Iglesia se nos habla de “tolerancia cero”. ¿Habrá que hacer algo para acaba con los abusos sexuales, con los abusos de poder, con la corrupción económica?

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