EN LA MESA DE LA PALABRA Y LA BELLEZA (SANTA CLARA DE ASÍS)

Cada día visitamos el comedor varias veces. Necesitamos comer para sobrevivir. Cada día visitamos la Iglesia o nuestra capilla para celebrar la Eucaristía. En ella participamos en una doble mesa: la mesa de la Palabra y la Mesa del Pan y del Vino eucarísticos. Pero… la rutina puede desvirtuar totalmente el sentido de ese momento .

En la mesa de la Palabra

El profeta Ezequiel nos cuenta cómo un día Dios lo llamó y lo invitó a comer, con las siguientes palabras :

«Abre la boca y come lo que yo te voy a dar. Hijo de hombre, cómete esto que hay delante de ti. Cómete este rollo escrito. Después vete y habla a la casa de Israel”. Él me hizo comer el rollo y era dulce como la miel.

Ez 2, 8 – 3, 4

La liturgia de la Palabra nos invita no solo a escuchar, sino a hacer que la Palabra de Dios se convierta en nuestro alimento: hemos de meditarla, asimilarla, hacerla nuestra. Sólo entonces tendrá para nosotros un sabor más dulce que la miel. La liturgia de la Palabra no es el momento en el que solo escuchamos, sino aquel en el cual asimilamos la Palabra.

La mesa del Pan y del Vino

A santa Clara de Asís, cuya memoria hoy celebramos, le fue concedido entender y ver el misterio de la participación eucarística desde una perspectiva sorprendente: el encuentro amoroso con Jesús, el más bello de entre los hijos de los hombres.

Ella entendió el misterio de la Eucaristía desde la perspectiva de la belleza… y por lo tanto, como comunión enamorada con la Belleza de Jesús .

En una carta que escribió a Inés de Praga, Clara la invita a contemplar la Eucaristía como un espejo en el que se refleja y encuentra toda la belleza de Jesús. A través de ese espejo nos unimos a Aquel:

  • cuya Belleza admiran constantemente todos los bienaventurados en el cielo;
  • cuyo amor hiere lo más profundo del ser y cuya contemplación es el mejor alimento;
  • cuya bondad sacia el ser, y cuya dulzura embriaga;  
  • cuyo recuerdo es luz dulce y cuyo perfume resucita a los muertos;
  • cuya visión en la gloria hará bienaventurados a todos los ciudadanos de la Jerusalén del Cielo

Contemplar la belleza de Jesús cada día nos embellece totalmente, en el interior y en el exterior. Contemplar a Jesús nos reviste de su bienaventurada pobreza, de su santa humildad, de su inexpresable caridad.

Nuestros ojos están habituados a contemplar y a gustar el pan eucarístico… pero ¡como si de una cosa se tatare! Tenemos que des-acostumbrarnos y entrar cada día en el pasmo. Debemos convertirnos en los niños que se admiran la primera vez ante algo inusitado. Así debería ser el encuentro eucarístico cada día: ¡algo absolutamente impresionante, fascinante: ¡Jesús, el reflejo humano de la Belleza infinita de Dios! ¿Cómo sería entonces posible comulgar, sin enamorarse?

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