
“El celo de tu casa me devora”, dice hoy el Evangelio. “Yo, tu Dios, soy un dios celoso”, proclama la primera lectura. “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado”, leemos en la segunda lectura. La liturgia quiere hacernos comprender hoy cómo es el amor que Dios nos tiene. Para expresar su intensidad, nada mejor que recurrir a la imagen de los celos. El amor que Dios nos tiene es apasionado. Nos quiere en exclusividad y desea que Él sea también para nosotros nuestro “único”. Jesús mismo se vio devorado por los celos de Dios. La ira de Dios no es ira, sino celos.
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