
Una vez escuché a un compañero-presbítero y amigo decirme: “me he encontrado con una persona que necesita “beber del cáliz”, no solo comulgar el pan”. Entendí que se trataba no de una veleidad, sino de un sentimiento “místico”. Para esta persona beber del cáliz significa la liberación de un mundo que se experimenta como infernal, irredento; es la necesidad de entrar en una profundísima comunión con el Jesús de los dos hermanos-Zebedeo (¿podéis beber el cáliz?), de la Última Cena (“tomad y bebed todos), de Getsemaní (“pase de mí este cáliz”) y con el Jesús del Calvario, quien también en la medida en que perdía su sangre que iba derramándose, clamaba: “Tengo sed”.
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