UN ÁNGEL: MISIONERO APASIONADO, TROVADOR Y MÍSTICO

Desde la perspectiva del bien y la belleza

Era difícil encontrar en él un rasgo de malicia, aunque sí la sonrisa, no burlona sino juguetona, de quien todo lo contempla desde la perspectiva del bien.

Sus convicciones eran tan fuertes, que siempre se podía esperar el milagro. Pocas veces dudaba: en la conexión con el Misterio y la seriedad de su espera, tenía la certeza que la inspiración siempre llegaría, la palabra necesaria le sería dada, lo sorprendente acontecería.

Coincidí con Ángel en momentos puntuales: de niño en Aranda de Duero, cuando era joven estudiante de filosofía en Sigüenza, cuando tras la revolución cultural del 68 tuvo que abandonar Francia y fue integrado en la comunidad Filosofado-Teologado de Colmenar Viejo. Allí convivimos unos años y nunca tuvimos el menor conflicto, pero sí mucha diversión y alegría.

Lo que exteriorizaba no era la humillación de haber sido despedido de su “Francia querida”, sino el acatamiento de un destino “providencial”. Para quienes apenas nos habíamos integrado en aquella comunidad formativa e iniciado en la misión pastoral, su presencia fue portadora de alegría, espiritualidad, fuego misionero, creatividad. Nos contagiaba con la pastoral pionera de la Francia posconciliar, nos sorprendía y lo acompañábamos con nuevas canciones en francés, componía versos y cantos para las más variadas circunstancias. Celebrar la Eucaristía junto a él era entrar en una “caja de sorpresas divinas”: él siempre “conectado y libre”. Festejar la vida, los encuentros, brindar… era un imperativo y… allí siempre aparecía él con su sorpresa, su poemas, su orgullosa humildad.

Misionero apasionado

Él fue -y no sé por qué misterioso designio- mi iniciador en la misión y en el ministerio presbiteral. Le acompañé en convivencias, ejercicios espirituales, retiros. Me encantaba su teología -influenciada por los grandes teólogos y pastoralistas franceses de aquellos años-. Su mística y libertad en las celebraciones sacramentales, su predicación encendida y siempre en diálogo, su audacia para que aconteciera el milagro.

Le acompañé en una convivencia con jóvenes y en ella descubrí -en un atardecer eucarístico-  a través de él y de sus palabras el protagonismo del “Espíritu Santo”. Ya no solo de nuestro “Abbá”, ni del Jesús fascinante y eucarístico, sino de Santo Espíritu. Y con el Espíritu Santo, Ángel siempre hablaba de la “Madre”. En ella el Espíritu Santo refleja su rostro más bello, más cercano, más maternal. Creo que no me equivoco si digo que en Ángel Esteban la pneumatología y la mariología formaban un todo único.

Trovador de la vida

Convivir con él era divertido y nunca conflictivo. Aunque vivía muy pobremente, era generoso y todo lo que tenía lo hacía “don”, “regalo”. Preparaba celebraciones adecuadas para las más diversas circunstancias personales y ambientales. Su inspiración en cualquier hora del día quedaba traducida en poemas escritos con su letra inconfundible, en canciones trasladadas al pentagrama. Le importaba más el mensaje, que la perfección estilística, penetrar en el corazón más que el aplauso por una belleza artificial. Alguien recogerá y publicará no pocos de sus poemas en los que se reflejaba su teología intuitiva y sus experiencias espirituales.

No pocas personas llevan su impronta en el inicio de su vocación religiosa y en la superación de las crisis. Su entusiasmo que contagiaba le convirtió en descubridor de carismas personales, vocacionales, colectivos. No era un iluso, más bien un soñador con rasgos de profeta.

Fue compositor musical para el pueblo de Dios. Le interesaba sobre todo el mensaje y el ritmo, aunque la música no fuera tan inspirada… aunque ¡siempre pastoral, misionera y cordial!  Y tal vez… ¡mensaje secreto para alguien! Tuve la oportunidad de poner música y acompañamiento a algunos de sus poemas: dejo al final de este “ad memoriam” un canto en mp3 cuya letra él compuso  y que interpretamos con el coro de la Iglesia de Colmenar, titulado “Le falta el aire a nuestro mundo, Madre”. 

Místico

Que quienes lean este “ad Memoriam” perdonen mi subjetivismo: sólo así podría expresarme sobre un amigo, que no hace mucho tiempo, conectados por teléfono, me comunicaba sin preámbulos su última experiencia: el “misterio de la presencia de Jesús oculto en el Sagrario”. “Algo” le ocurría cuando en sus últimos años de enfermedad encontró en la Reserva Eucarística al Amor de los Amores y él se definía como “incienso en su presencia”.

Y tras el Getsemaní de quienes sufren por los demás, el pobre, el desprendido misionero Ángel Esteban, entró en el Paraíso.

Le falta el aire a nuestra historia, Madre (letra: Ángel Esteban)

Le falta el aire a nuestra historia, Madre;
le falta el aire y el amor se asfixia.
Le falta el aire, le falta el aire
a nuestra historia, Madre.

Nuestras ciudades lentamente mueren
inconscientes al filo del pecado
contaminadas hasta el fondo fondo
de sus entrañas, de su sangre negra.

Los jóvenes crecemos consintiendo
la polución de sucios sentimientos
nos escuecen los ojos y la vida,
y el corazón nos late a la deriva.

Le falta el aire, a nuestro mundo, Madre
le falta el aire y el amor se asfixia
Le falta el aire, le falta el aire;
a nuestro mundo, Madre.

Virgen de la Montaña, aire puro
que Dios sembró sobre la tierra nuestra
envíanos tu brisa transparente
que emborrache de vida nuestra muerte.

Virgen de la Montaña, viento puro
atmósfera vestida de azul-cielo
llena de tu ruah -aliento- espíritu
la tenue aspiración del universo.

Entonces, Virgen Madre, Límpia ráfaga,
nuestros pulmones se hincharán de vida
reventaremos luz a media noche
bombardearemos paz a mediodía.

Y cantarán entonces las estrellas
porque los hombres respirarán gracia,
y soñarán los ojos de los jóvenes
una eterna visión: ¡Dios en el alma!

Le falta el aire a nuestra historia, Madre;
le falta el aire y el amor se asfixia.
Le falta el aire, le falta el aire
a nuestra historia, Madre.

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