Ayer, día de la Anunciación del Señor, nos dejó un gran misionero claretiano: el P. Richard Todd. Siempre me impresionó su grande talla, que encerraba un corazón mucho más grande todavía. No extraña que ya en sus últimos sus pies no pudieran soportar tanta grandeza.
En esta “lectio divina” nos vamos a ver confrontados con el tema de la “fe” en Jesús. Necesitamos una ayuda especial del Espíritu para que nos sea concedido “creer más” y así obtener más espacios de libertad.
Que el Espíritu Santo nos conceda la gracia de escuchar y creer en el testimonio de Jesús, un testimonio que viene avalado por el testimonio misterio de Dios Padre a través de lo que Jesús hace.
En medio de la Cuaresma aparece la figura del hombre justo, hijo de David, de Jacob, esposo de María, José. La Iglesia nos lo presenta como un pionero en el camino de la fe.
Lectura:
Jacob fue padre de José, el marido de María, y ella fue la madre de Jesús, a quien llamamos el Mesías. El nacimiento de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes de vivir juntos se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente a María, decidió separarse de ella en secreto. Ya había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque el hijo que espera es obra del Espíritu Santo. María tendrá un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados”. Cuando José despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado (Mt 1,16.18-21.24a:).
“El esposo de María, la madre de Jesús” es la expresión que identifica a José.
Dios unió a José con María de forma indisoluble.
En ellos dos se realiza el sueño del Génesis: no serán dos, sino uno; y también lo que dijo más tarde Jesús: “lo que Dios ha unido, que nadie lo separe”.
También para María José era referencia de identidad. José también le dio identidad al hijo de María.
Al acoger ser su esposo, acogió también al Hijo de María hasta el punto de darle el nombre y reconocerlo como suyo.
En ese momento, Jesús recibió a través de José, la legitimidad davídica.
La genealogía de Jesús es la genealogía de José.
A través de José, Jesús se integra en lo más relevante de la historia de Israel.
¡No separemos lo que Dios ha unido! Nunca María sin José. Nunca José sin María. Nunca ambos sin Jesús.
Meditación:
También José -como María, su esposa- pasó por la noche de la fe.
Sus planes personales se vieron profundamente afectados por la vocación que el ángel de Dios le transmitió: acoger a María como esposa en su casa y dar nombre, identidad davídica, humana, varonil al hijo de ella.
En José aparece también el “fiat” suyo, como antes lo había sido el “fíat” de María: “hizo lo que el ángel del Señor le había dicho”.
La vocación cristiana es una llamada a trascendernos, a ir más allá de lo sospechado. No hay mayor dignidad que ser -en algún momento de nuestra existencia- interpelados por el mismo Dios y recibir de Él o a través de alguno de sus mensajeros una misión.
Oración:
Abbá, nadie queda excluido de tu proyecto. Para cada uno de nosotros tienes reservado “un camino virgen” como decía tu poeta León Felipe. Gracias por tus llamadas, por esta gran convocación que vas realizando a lo largo de la historia de la humanidad. Muchas gracias por dirigirnos también a nosotros tu llamada. Que brote espontáneo de nuestro corazón un permanente ¡fiat!
Contemplación:
José, María, fueron los primeros llamados, pero no lo únicos.
Como muestran las genealogías de Jesús, ellos estaban integrados en una gran convocatoria realizada por Dios desde Abraham (genealogía de Mateo) o incluso desde Adán (genealogía de Lucas).
Más todavía: la convocatoria divina continuó actuando en el mundo: desde los primeros discípulos y discípulas de Jesús hasta nosotros mismos, también agraciados con esta gran convocatoria.
Contemplar a María y a José -en este contexto- se convierte para nosotros en el gran estímulo para responder con la mayor generosidad y entrega a la llamada. ¡Qué fantástico es formar parte de esta gran comunidad del Reino de Dios!
Acción:
Sintámonos un instrumento dentro de una gran orquesta. Unido o unida a toda ella tratemos de escuchar la música del Reino de Dios, interpretada por todos.
Seguimos profundizando en la revelación del Abbá que Jesús nos va haciendo en este camino de la Cuaresma. Que el Espíritu Santo sensibilice nuestro corazón ante las enseñanzas de nuestro Maestro.
Lectura:
En aquel tiempo dijo Jesús: “Si yo diera testimonio en favor mío, mi testimonio no valdría como prueba; pero hay otro que da testimonio en mi favor, y me consta que su testimonio sí vale como prueba. Vosotros enviasteis a preguntarle a Juan, y lo que él respondió es cierto. Pero yo no dependo del testimonio de ningún hombre; sólo digo esto para que vosotros podáis ser salvos. Juan era como una lámpara que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis gozar de su luz un poco de tiempo. Pero tengo a mi favor un testimonio de más valor que el de Juan. Lo que yo hago, que es lo que el Padre me encargó que hiciera, prueba que de veras el Padre me ha enviado. Y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio a mi favor, a pesar de que nunca habéis oído su voz ni lo habéis visto ni su mensaje ha penetrado en vosotros, porque no creéis en aquel que el Padre envió. Estudiáis las Escrituras con toda atención porque esperáis encontrar en ellas la vida eterna; y precisamente las Escrituras dan testimonio de mí. Sin embargo, no queréis venir a mí para tener esa vida. Yo no acepto honores que vengan de los hombres. Además os conozco y sé que no amáis a Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre y no me aceptáis; en cambio aceptaríais a cualquier otro que viniera en nombre propio. ¿Cómo podéis creer, si recibís honores unos de otros y no buscáis los honores que vienen del Dios único? No creáis que yo os voy a acusar delante de mi Padre. El que os acusa es Moisés mismo, en quien habéis puesto vuestra esperanza. Porque si vosotros creyerais a Moisés, también me creeríais a mí, porque Moisés escribió acerca de mí. Pero si no creéis lo que él escribió, ¿cómo vais a creer lo que yo os digo?” Jn 5,31-47.
¿Quién puede probar que Jesús es el Hijo de Dios?
¿Jesús mismo?
¿Un testigo humano como Juan Bautista?
Jesús reconoce que ni su testimonio ni el de Juan son suficientes.
El verdadero testimonio proviene de Dios Padre que lo envía y le permite realizar obras que hablan de la identidad de Jesús: dar vida y resucitar muertos.
También las Escrituras, como Palabra de Dios, dan testimonio sobre Jesús. La cerrazón de los judíos ante tales testimonios los excluye de la verdad y de la vida. Invalidan de ese modo hasta su fe en las Escrituras y en Moisés. Cree en Jesús quien recibe el testimonio de Dios en su corazón y reconoce en las obras de Jesús la actuación misteriosa de su Abbá.
Meditación:
Es interesante la forma cómo Jesús nos habla del testimonio.
Jesús no se autojustifica, ni se autodefiende.
Hay realidades y personas que dan testimonio de Él.
Jesús Resucitado nos dijo a sus discípulos y discípulas: “Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra”.
Ser testigos, a la luz de la “lectio divina” de hoy implica formar parte de una gran red y conectarnos con ella, ser una partícula en una gran nube de testigos, sintonizar con el gran coro testimonial, ser Iglesia.
En ese gran testimonio coral resuena sobre todo el testimonio del Abbá que proclama a Jesús como su Hijo amado y el testimonio del Espíritu Santo que alienta en todo.
Oración:
Abbá y Santo Espíritu, acogednos como humilde parte de vuestro testimonio en favor de Jesús; queremos colaborar en la transmisión de la fe que vosotros vais realizando en el corazón de los fieles; que venga a la tierra una época de oro de la fe. ¡La necesitamos tanto!
Contemplación:
Para ser testigo no necesitamos ser super-santos, ni saber mucho; tampoco depende de la edad; no importa si uno es joven o jubilado, niño o anciano, sano o enfermo. En toda circunstancia podemos ejercer el testimonio, venciendo nuestra timidez y convirtiéndonos en anuncio humanos de Jesús, de su bondad, de su amor, de su divinidad. Somos la publicidad de Jesús.
Acción:
Hoy trataré de sentirme testigo de Jesús y de transmitir mi fe, siendo consciente de que no soy el único, porque pertenezco a la Iglesia y a la humanidad de tanta gente de buena voluntad.
A partir de ahora, la lectio divina nos irá introduciendo en una progresiva revelación de la identidad de Jesús a partir de su relación con Dios Padre. Dejémonos envolver en el clima que el cuarto evangelio crea: por una parte amenazas de muerte, por otra la revelación de la identidad misteriosa de Jesús.
Lectura:
En aquel tiempo Jesús les dijo: “Mi Padre no cesa de trabajar y yo también trabajo”. Por eso los judíos tenían aún más ganas de matarle, porque no sólo no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre. Jesús les dijo: “Os aseguro que el Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta; sólo hace lo que ve hacer al Padre. Todo lo que el Padre hace, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace; y le mostrará cosas aún más grandes, que os dejarán asombrados. Pues así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, también el Hijo da vida a quienes quiere dársela. Y el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado a su Hijo todo el poder de juzgar, para que todos den al Hijo la misma honra que dan al Padre. El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre, que lo ha enviado. Os aseguro que quien presta atención a mis palabras y cree en el que me envió, tiene vida eterna; y no será condenado, pues ha pasado de la muerte a la vida. Os aseguro que viene la hora, y es ahora mismo, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán. Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha hecho que el Hijo tenga vida en sí mismo, y le ha dado autoridad para juzgar, por cuanto que es el Hijo del hombre. No os admiréis de esto, porque va a llegar la hora en que todos los muertos oirán su voz y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el bien resucitarán para tener vida, pero los que hicieron el mal resucitarán para ser condenados. Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta. Juzgo según el Padre me ordena, y mi juicio es justo, porque no trato de hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre, que me ha enviado” (Jn 5,17-30).
El Evangelio proclamado nos presenta a Jesús desde la perspectiva de la acción, del trabajo .
El punto de partida es que “el Abbá no para de trabajar y Jesús también trabaja”. Ambos trabajan en perfecta sintonía: Jesús no hace nada por su cuenta.
Si el Padre tiene el poder para resucitar a los muertos, también al Hijo le ha dado el poder de dar la vida.
El Padre le ha dado al Hijo el poder de juzgar en exclusiva -el Padre no juzga-.
El Hijo pronuncia palabras de resurrección y quienes escuchan su voz, reviven.
El Hijo no es autónomo: es enviado por el Padre y realiza la misión que el Padre le confía.
Todo lo que el Hijo realiza tiene que ver con la vida: su misión es dar vida y resucitar la vida.
Quizá sea éste un camino secreto para llegar hasta el padre de Jesús, José, que bajó con ellos a Nazaret y allí les estaba sujeto.
Meditación:
Esta es la clave de la misión en la Iglesia: colaborar en la misión que el mismo Dios realiza, como hizo Jesús.
Para ello es necesario vivir en estrecha comunión con el Padre y con Jesús para que la misión no pierda su orientación divina, su protagonismo divino.
No es la Iglesia la que hace la misión. Es la misión la que hace a la Iglesia.
Oración:
Jesús, nos resulta impresionante la imagen del Abbá que nos transmites: el que trabaja sin cesar; tú te dejaste cautivar por su dinamismo infinito y por eso eres imagen del Abbá dando vida, pronunciando palabras que resucitan, haciendo que los muertos escuchen tu voz y revivan. Haz que sintamos en nuestro interior tu presencia que todo lo dinamiza y vivifica.
Contemplación:
Pasar de la muerte a la vida es la gran oferta que Jesús nos hace, si creemos en Él.
Creer en el Enviado por el Abbá es entrar en el camino de la vida, superar todas las muertes que nos amenazan.
Y la vida que nos ofrece la fe no es perecedera, no tiene fecha de caducidad. Es una vida que tiene calidad divina. Nos introduce en una maravillosa red de relaciones.
Acción:
Tomo conciencia de estar trabajando junto a Dios y colaborando con Él.
La figura de José, el esposo de María, sigue siendo misteriosa. Hay cristologías y mariologías que apenas aluden a él, o incluso lo eluden.
Hay, sin embargo, artistas que lo han representado de mil formas, iglesias que veneran sus imágenes. personas, ciudades, naciones que llevan su nombre.
José es uno de los personajes más enigmáticos y mágicos de la historia: el testigo de la infancia, adolescencia y tal vez juventud de Jesús. El varón que nos evoca la “otra responsabilidad”, “la otra paternidad”. María encontró en él no solo a su protector, su guardaespaldas, sino a su auténtico y misterioso esposo: a quien más la respetó, más la amó (¿sería posible estar junto a ella y no amarla?), con quien más colaboró… Jesús encontró en él el reflejo del Dios-Padre, a Dios reducido a niño, a adolescente, a joven… José tuvo que ser muy feliz, tuvo que sonreír mucho, tuvo muchos motivos para soñar y estar seguro de todas sus importantes decisiones. ¡Siempre tenía algún ángel a su disposición -quién sabe si el mismo Espíritu Santo en forma de ángel-, que le impulsaba a discernir y decidirse!
Por eso, he podido cumplir un deseo que llevaba dentro desde hace muchos años: escribir algo sobre san José… Y el resultado es un librito que la editorial del Perpetuo Socorro ha acogido con interés, y que he titulado “San José, corazón de esposo y de padre”. En la página web de la editorial se puede adquirir y desde allí lo envían rápidamente, según me indica su amable director, el Padre Fran.
Algún tiempo después celebraban los judíos una fiesta, por lo que Jesús regresó a Jerusalén. En Jerusalén, cerca de la puerta llamada de las Ovejas, hay un estanque llamado en hebreo Betzatá. Tiene cinco pórticos, en los que, echados en el suelo, se encontraban muchos enfermos, ciegos, cojos y tullidos. Había entre ellos un hombre enfermo desde hacía treinta y ocho años. Cuando Jesús lo vio allí tendido y supo del mucho tiempo que llevaba enfermo, le preguntó: “¿Quieres recobrar la salud?”. El enfermo le contestó: “Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se remueve el agua. Para cuando llego, ya se me ha adelantado otro”. Jesús le dijo: “Levántate, recoge tu camilla y anda”. En aquel momento el hombre recobró la salud, recogió su camilla y echó a andar. Pero como era sábado, los judíos dijeron al que había sido sanado: “Hoy es sábado; no te está permitido llevar tu camilla”. El hombre les contestó: “El que me devolvió la salud me dijo: ‘Recoge tu camilla y anda’“. Ellos le preguntaron: “¿Quién es el que te dijo: ‘Recoge tu camilla y anda’?”. Pero el hombre no sabía quién le había curado, porque Jesús había desaparecido entre la multitud. Después, en el templo, Jesús se encontró con él y le dijo: “Mira, ahora que ya has recobrado la salud no vuelvas a pecar, no sea que te pase algo peor”. El hombre se fue y dijo a los judíos que Jesús era quien le había devuelto la salud. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado. (Jn 5,1-3.5-16)
Preparación:
Dispongámonos a reconocer lo que nos paraliza y a pedir a Jesús que nos devuelva la movilidad.
Lectura:
El relato evangélico de este día merece una especial consideración:
en un contexto de enfermos ciegos, cojos y tullidos, se encuentra un hombre enfermo desde hacía treinta y ocho años.
Este hombre no pide nada.
Es Jesús quien, conmovido probablemente por su historia, se le acerca y trata de que se cumpla su más profundo deseo: recobrar su salud.
El pobre hombre se ve como el último de la fila, el que no tiene a nadie que le ayude.
Jesús lo cura inmediatamente con el poder de su palabra:
“Coge tu camilla y anda”.
Jesús lo envía sin aparentemente ningún encargo.
Pero las circunstancias harán de él un testigo de Jesús y su testimonio le complicará la vida a él y a Jesús.
Cuando al final se encuentra con quien le hizo recobrar la salud recibe de Jesús una aclaración:
“has recobrado la salud; no vuelvas a pecar, no sea que te pase algo peor”. Mostraba así la conexión entre el pecado y la salud física.
Meditación:
Hay gente a quien le preocupa más el cumplimiento de la ley de Dios, que Dios mismo y sus manifestaciones de gracia. Jesús sabía que Dios no está sometido a las leyes religiosas. Por eso, curó a aquel pobre enfermo en sábado y le mandó irse a su casa con la camilla en sábado. Decía de esta manera que es el sábado para el hombre y no el hombre para el sábado.
El legalismo nos vuelve insensibles a la gracia de Dios; destruye en nosotros la compasión; nos aleja del sufrimiento del mundo. Por eso, el seguimiento de Jesús nos lleva al mundo del dolor. Y el mundo del dolor hace que ningún mandamiento se sobreponga a lo único necesario: ¡amar! Y ¡actuar!
Oración:
Jesús, cúranos de nuestra parálisis misionera. Tu Iglesia a veces se queda demasiado afincada en sus espacios y no sale en busca de los alejados, de la oveja perdida. Descéntranos y envíanos de nuevos para que llevemos tu vida a los necesitados.
Contemplación:
La llamada de la Iglesia a transmitir la fe cristiana presupone que en la iglesia padecemos una cierta parálisis misionera. No sentimos la necesidad de tomar nuestra camilla y andar; evitamos entrar en conflicto con la sociedad; no proclamamos la verdad de la Gracia que nos ha sido concedida. Quiera Dios que aprendamos del paralítico a dar testimonio de Jesús a un mundo que tanto lo necesita.
Acción:
Ante la imposibilidad de superar ciertos defectos, ponte en la ocasión de escuchar a Jesús estas palabras: “¿Quieres recobrar la salud?” y espera a escuchar lo que te sugiere o manda.
Dos días más tarde salió Jesús de Samaria y continuó su viaje a Galilea. Porque, como él mismo afirmaba, a ningún profeta lo honran en su propia tierra. Al llegar a Galilea fue bien recibido por los galileos, porque también ellos habían estado en Jerusalén en la fiesta de la Pascua y habían visto todo lo que él hizo entonces. Jesús regresó a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Se encontraba allí un alto oficial del rey, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando este oficial supo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle y le rogó que bajase a su casa a sanar a su hijo, que se estaba muriendo. Jesús le contestó: “No creeréis, si no veis señales y milagros”. Pero el oficial insistió: “Señor, ven pronto, antes que mi hijo muera”. Jesús le dijo entonces: “Vuelve a casa. Tu hijo vive”. El hombre creyó lo que Jesús le había dicho, y se fue. Mientras regresaba a casa, sus criados salieron a su encuentro y le dijeron: “¡Tu hijo vive!”. Les preguntó a qué hora había comenzado a sentirse mejor su hijo, y le contestaron: “Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre”. El padre se dio cuenta entonces de que a esa misma hora le había dicho Jesús: “Tu hijo vive”. Y él y toda su familia creyeron en Jesús. Ésta fue la segunda señal milagrosa hecha por Jesús al volver de Judea a Galilea Jn 4,43-54:.
Preparación:
Para quien tiene fe en Jesús, nada es imposible. Hemos de decírnoslo muchas veces durante este tiempo de pandemia. La respuesta de Dios a nuestros deseos solo se comprende en el conjunto de su misteriosa voluntad. No hemos de olvidar que la fe que Jesús pedía excedía el mero cumplimiento del deseo…. era la fe en que estamos en las manos del Abbá…. y nada, ni nadie nos podrá separar de su Amor: “tanto amó Dios al mundo”…. Es la fe en su Providencia: “Dios proveerá”. Lo que es bueno o malo para nosotros…. lo descubriremos cuando nuestro buen Dios nos lo revele.
Lectura:
El centro del relato evangélico de este día se encuentra en esta frase: “Vuelve a casa. Tu hijo vive. El hombre creyó”. Creer en la Palabra de Jesús abre la puerta a nuevas posibilidades. El oficial del rey recurre a Jesús como último recurso, pues su hijo está para morir. Le insiste que baje a su casa. Bien sabía que Jesús no era médico; pero de seguro que tenía la convicción interior de que de Jesús emanaba la vida. El resultado de esta curación fue que el oficial y toda su familia creyeron en Jesús, es decir, pusieron a Jesús en el centro y en torno a Él configuraron a partir de entonces su vida.
Meditación:
Quienes ven la realidad de forma más racionalista, como un objeto con sus reglas inmutables- se resisten a creer en las curaciones, en lo no previsto por las leyes naturales.
Sin embargo, quien contempla el mundo como un sujeto, como un haz de relaciones complejísimas y alianzas misteriosas, cree que es posible lo que parece imposible: nada es imposible para quien cree.
Hay que creer para ver, para sentir lo nuevo. Es lo que comprendió el oficial del rey al acercarse a Jesús y pedirle lo que parecía imposible.
Oración:
También tú, Jesús, te puedes lamentar de nuestra micro-pistía o pequeñísima fe. Sin esa confianza desmesurada en tí, ¿adónde llegaremos? ¿qué alcanzaremos? Necesitamos que aumentes nuestra fe para vivir libres, abiertos a la realidad, como seres capaces de soñar lo imposible para llegar a lo imprevisible.
Contemplación:
El desconfiado ve por doquier obstáculos, amenazas, limitaciones. Quien tiene fe ve en los obstáculos desafíos, en los desafíos posibilidades, en las posibilidades nuevas realizaciones. Quien cree, crea.
Acción:
Repite durante este día en varias ocasiones: “Jesús, confío en ti”, o “para la fe, nada hay imposible”.